ReVoluCioN! escribió:"Ha sido una figura de la que muchos hemos aprendido en nuestros principios políticos", asegura Cayo Lara, acompañado de todos lis diputados de Izquierda Plural y del secretario general del PC, José Luis Centella
javi_komu escribió:No tengo nada que lamentar, no me apena el fallecimiento de Carrillo, lo siento por su familia pero nada más, fue un traidor a las ideas comunistas, impulsó el revisionismo más asqueroso que asoló el PCE, fue uno de los principales impulsores del modelo capitalista que actualmente padecemos en España tras las transición y de paso liquidó al histórico PCE, lo siento por quien sienta su pérdida siendo comunista, lo siento porque no conoce la historia de nuestro partido y de la lucha obrera en España.
Enrique Líster
Santiago Carrillo. La muerte y la memoria.
Alberto Arregui, Miembro de la Presidencia Ejecutiva Federal de IU
Debo reconocer que sólo una vez en mi vida he celebrado la muerte de una persona; la del dictador. En general los individuos desempeñan un papel limitado en la historia y uno de los méritos del materialismo histórico es comprender que, salvo excepciones, son los procesos históricos quienes crean a los personajes y no al revés. Personalizar conduce a errores, sin embargo muchos personajes históricos son el símbolo de una época, o de una política.
Tampoco comparto la extendida costumbre de celebrar las supuestas virtudes de los recién fallecidos, por el mero hecho de que acaban de morir. Este parece ser el caso de Santiago Carrillo, hoy cubierto de alabanzas mientras busca a Caronte, con un cigarro en la boca en lugar del óbolo. No es difícil adivinar que tras esos panegíricos, lo que se está ensalzando es la política de Carrillo, de la dirección del PCE, y la del PSOE por tanto, en los años 70.
No participo del coro, más bien voy a desafinar: yo vinculo a Carrillo con el lado más oscuro y más nefasto de la historia de la izquierda en el Estado español. Es cierto que no todo es mérito suyo, sería un error garrafal utilizarlo de pim-pam-pum arrogándole la responsabilidad de lo que fueron decisiones compartidas por la mayoría aplastante de la dirección del Partido Comunista de España en la llamada Transición Democrática.
Don Santiago colaboró, con otros muchos, a descafeinar en todo lo posible las huellas del marxismo en el movimiento comunista. Su libro “Eurocomunismo y Estado” (*) es un compendio de la conversión del viejo partido vinculado al mal llamado “socialismo real” en partido socialdemócrata. Deudor de Bernstein, sustituye la lucha de clases por el adoctrinamiento, y el concepto marxista del Estado por el demócrata burgués. “El camino, dentro aún de esta sociedad, antes incluso de llegar al gobierno las fuerzas socialistas, es una acción enérgica e inteligente por la democratización del aparato del Estado. El punto de partida para ésta, reside precisamente en lograr que la ideología burguesa pierda la hegemonía sobre los aparatos ideológicos” (Eurocomunismo y Estado, pg. 67).
Su triunfo fue que, aunque abandonó el PCE, dejó sus ideas detrás y hoy las doctrinas socialdemócratas, acerca del Estado y rechazando el marxismo, expuestas en aquella obra (al tiempo que el PCE, bajo su dirección, la de Pasionaria y otros muchos, renunciaba formalmente al “leninismo”) son las que empapan la política de los dirigentes del PCE. Tanto es así que, incluso hoy, cuando su militancia joven comprende lo nefastos que fueron los pactos secretos con el gobierno franquista de la monarquía que desembocaron en la Constitución de 1978, el PCE, oficialmente, sigue alabando aquella dejación de las posiciones de la izquierda.
Sí, dejación era aplaudir a los grises cuando cargaban en las manifestaciones, aceptar la bandera “nacional”, la monarquía, la renuncia al derecho de autodeterminación de los pueblos…la conciliación de clases, el olvido de la memoria histórica en aras a una “reconciliación” unilateral, dejando hasta hoy los cadáveres en las cunetas, ninguna depuración de los cuerpos represivos y del ejército de la dictadura (pensemos en la UMD), los derechos intactos de la iglesia… Y, por supuesto, no sólo no se tocó el poder económico que había respaldado a Franco sino que se corrió en su ayuda con los Pactos de la Moncloa.
¡Qué poca memoria! Pero no era sólo el secretario general, fue la mayoría del Comité Central del PCE quien respaldó su pacto con Suárez en la Pascua de 1977 que supuso el abandono de ideas esenciales de la izquierda antifranquista. “En estos días, no en estos días, en estas horas puede decidirse si se va hacia la democracia o si se entra en una involución gravísima” (Don Santiago dixit). Ni un solo voto en contra en el Comité Central, sólo 11 abstenciones. Parapetados tras la bandera de los vencedores, se hicieron la foto de los vencidos, abandonaron cualquier lucha por un proceso constituyente como el que hoy piden, sin ir más lejos, los propios militantes del PCE e IU.
El mismo Carrillo diría después: “Suárez -y al fondo el Rey-, de un lado, y el PCE de otro, hemos sido artífices principales de la estabilidad del régimen democrático” (Memorias de la Transición, pg. 56)
El PCE era un gran partido, y en la Transición, después de una lucha heroica de su militancia en la dictadura, quebró la espina dorsal de sus bases, obligando a una renuncia que se aceptó por disciplina, pero que redujo las bases del partido a cenizas. Que hoy el partido comunista sea sólo un pálido reflejo de lo que era en la transición, lo debe, en gran medida a la política de la dirección encabezada por Carrillo pero que, no olvidemos, estaba compuesta por otras gentes que apoyaron lo que él representaba.
En estos momentos, una generación de jóvenes se encuadra en el PCE y busca transformar la sociedad. Quienes nos consideramos comunistas sin partido, vemos en ese esfuerzo una esperanza. Pero me permito decirles una cosa: no será volviendo la cara e ignorando la política de abandono del marxismo, de pactos con la burguesía y con la monarquía llevadas a cabo por los dirigentes del partido que encabezaba Carrillo, como encontrarán el camino. La historia, se repetiría, entonces como tragedia, ahora sólo sería una patética farsa, que comienza elevando a los altares a los responsables de una sombra de claudicación que nos cubre todavía.
nunglo escribió:Como ha dicho más de uno, le tengo más respeto que afecto. Una figura con sus luces y sus sombras. Más de lo segundo que de lo primero, sobre todo desde el 78. Pero en fin, a ver que hubiésemos hecho en esas circunstancias, que a toro pasado se ve muy claro todo.
He leído que se le expulsó del PCE, eso es falso. Se fue él del partido, cuando le echaron del comité central por torpedear a la dirección.
Ence escribió:Es que prohibieron fumar en la sede..
nunglo escribió:He leído que se le expulsó del PCE, eso es falso. Se fue él del partido, cuando le echaron del comité central por torpedear a la dirección.
EL ENTERRADOR ENTERRADO.
Carmen Grimau / El Mundo
Yo no hablaré del político fallecido, pero sí de su forma ética de hacer
política. Porque Santiago Carrillo representó ante todo la forma
más despótica y despiadada de ejercer la política. Encarnó el prototipo
arrogante de los dirigentes con plenos poderes para disponer de
la vida y la muerte de los otros. Siempre en la cúpula. Alejado del peligro
de la clandestinidad. Hoy muere, el gran vencedor, el que enterró
a todos los camaradas. A los que traicionó, también. Todos sus
hombres han muerto. Él inició el comunismo y lo enterró un siglo
más tarde. Su perseverancia es lo más espectacular y lo más siniestro
del personaje. Acabó reinando sobre los cadáveres que fue acumulando
sin que de su boca saliera el menor sentimiento de culpabilidad.
Hizo ver la luz donde sólo había tinieblas. Puso cara a la pesadilla
que describiera Arthur Koestler.
Santiago Carrillo fue el experimento más logrado del NKVD. Desde
que Codovilla lo visitara en la Cárcel Modelo de Madrid, poco antes de
las elecciones de febrero del 36, el joven Carrillo era ya el elegido para
liderar el destino de los militantes comunistas.
«¿Quién rige los destinos de los hombres?», se preguntaba Vassili
Grossman. Buena pregunta. Desde luego, entre 1944 y 1976, los destinos
de los clandestinos comunistas estuvieron en manos de Santiago
Carrillo. Salvo la incursión puntual en el Valle de Arán en 1944 –que le
proporcionaría el poder absoluto sobre el aparato del Partido–, no volvió
a entrar clandestinamente a España hasta el 7 de febrero de 1976,
y lo hizo subido en un Mercedes y con peluca picassiana. El barbero
de Picasso hizo un trabajo histórico. Personalmente, no he conocido a
ningún clandestino que pasase la frontera con esa escenificación tan
teatrera. Los clandestinos que conocí siempre me parecieron seres
transparentes que, si podían, se fundían con el asfalto de las calles que
pisaban. Recuerdo a hombres sobrios, desprendidos e inquietos. Sin
un duro en el bolsillo para ellos o sus familias y que luchaban por algo
en lo que creían. Fueron los portadores de una filantropía abnegada y
severa. Pero eso ya lo escribí en la revista Leer de José Luis Gutiérrez.
La peluca, que tanta gracia hizo a sus señorías, formó parte de una
táctica, sumamente calculada, de éxito y de aplauso póstumo a la par.
En 1976, sabe que ha llegado el momento del envite crucial. Es sólo
cuestión de meses. Su despiadado egocentrismo lo mantiene alerta.
Quiere ser el único protagonista. Por ello, el 8 de diciembre, increpa al
prestigioso clandestino Simón Sánchez Montero con un ¿es que me
queréis sustituir? Recela también de la popularidad de Marcelino Camacho.
La tensión se palpa. Y el acto final tendría lugar el día 22 con
su detención. Fue la gran ceremonia pactada: ocho días en la enfermería
de Carabanchel. Pagó un precio muy módico. El 31 de diciembre tomaba
las uvas en libertad.
Ya sé que escribo a contrapelo. Algún día, tal vez, se conozcan todas
sus traiciones. Es sabida de sobra hoy su cobardía al no querer nombrarlas.
El apasionante libro de José Luis Losa –Caza de rojos– da buena
prueba de ello. Nadie puede sobrevivir a semejante responsabilidad
si no alberga en su cerebro lo más abyecto: la carencia absoluta de conciencia.
Santiago Carrillo vivió como un alto funcionario de carrera política.
Fue un burócrata tenaz e implacable que consiguió aguantar impertérrito
50 años de reunión permanente. Un dirigente cuyo centro
estratégico se situó siempre en un despacho acolchado con informes.
Fue un enragé de los informes. Un fanático del control. Un internacionalista
sin don de idiomas. Fernando Claudín, con gracejo vindicativo,
dejaría caer una evidencia: «Carrillo no se apeó del coche con chofer
desde el 45». De funcionario revolucionario a funcionario de las Cortes:
de coche del Partido a coche oficial de diputado.
La realidad dejó de existir fuera de las palabras codificadas. Y los informes
fueron para él más carne que la carne misma de los clandestinos.
Valían más. Valían todo. Vassili Grossman perfiló a un prócer del
partido soviético que bien podría haber sido Carrillo: «Fue de esos que
no tuvieron ni siquiera la oportunidad de comportarse vilmente durante
los interrogatorios, ya que no les interrogaron. Tuvieron suerte, no
les arrestaron». Carrillo se reinventó a sí mismo en la mentira. Su habilidad
camaleónica siempre me ofendió. Me estremeció su perseverancia
en ser la voz del augur, legitimada siempre con la sangre de los
otros. No citaré a ninguno para no olvidarme de nadie. Gregorio Morán
habló de dos elementos confluentes en el tacticismo del dirigente:
su amnesia oportunista y la exoneración de toda responsabilidad propia.
«Somos colectivamente responsables de las insuficiencias y debilidades
en nuestro trabajo». Todos fueron culpables. Menos él.
Pero yo, hoy, en el día de la muerte de Santiago Carrillo, sólo veo el
silueteado de los clandestinos que no pudieron regresar de la utopía
mortal de aquellos años de espejismo revolucionario. Y el rostro entumecido
y los ojos negros de mi padre, Julián Grimau, esperando que el
tercer tiro de gracia acabara con su vida. Porque hicieron falta tres tiros
de gracia para matarle. Diferencia.
Patrick Vandeweyer escribió:Aunque yo haya dicho que prefiero no pronunciarme por ahora, otros lo hacen, y con razón, de una manera que también comparto:Santiago Carrillo. La muerte y la memoria.
Alberto Arregui, Miembro de la Presidencia Ejecutiva Federal de IU
Debo reconocer que sólo una vez en mi vida he celebrado la muerte de una persona; la del dictador. En general los individuos desempeñan un papel limitado en la historia y uno de los méritos del materialismo histórico es comprender que, salvo excepciones, son los procesos históricos quienes crean a los personajes y no al revés. Personalizar conduce a errores, sin embargo muchos personajes históricos son el símbolo de una época, o de una política.
Tampoco comparto la extendida costumbre de celebrar las supuestas virtudes de los recién fallecidos, por el mero hecho de que acaban de morir. Este parece ser el caso de Santiago Carrillo, hoy cubierto de alabanzas mientras busca a Caronte, con un cigarro en la boca en lugar del óbolo. No es difícil adivinar que tras esos panegíricos, lo que se está ensalzando es la política de Carrillo, de la dirección del PCE, y la del PSOE por tanto, en los años 70.
No participo del coro, más bien voy a desafinar: yo vinculo a Carrillo con el lado más oscuro y más nefasto de la historia de la izquierda en el Estado español. Es cierto que no todo es mérito suyo, sería un error garrafal utilizarlo de pim-pam-pum arrogándole la responsabilidad de lo que fueron decisiones compartidas por la mayoría aplastante de la dirección del Partido Comunista de España en la llamada Transición Democrática.
Don Santiago colaboró, con otros muchos, a descafeinar en todo lo posible las huellas del marxismo en el movimiento comunista. Su libro “Eurocomunismo y Estado” (*) es un compendio de la conversión del viejo partido vinculado al mal llamado “socialismo real” en partido socialdemócrata. Deudor de Bernstein, sustituye la lucha de clases por el adoctrinamiento, y el concepto marxista del Estado por el demócrata burgués. “El camino, dentro aún de esta sociedad, antes incluso de llegar al gobierno las fuerzas socialistas, es una acción enérgica e inteligente por la democratización del aparato del Estado. El punto de partida para ésta, reside precisamente en lograr que la ideología burguesa pierda la hegemonía sobre los aparatos ideológicos” (Eurocomunismo y Estado, pg. 67).
Su triunfo fue que, aunque abandonó el PCE, dejó sus ideas detrás y hoy las doctrinas socialdemócratas, acerca del Estado y rechazando el marxismo, expuestas en aquella obra (al tiempo que el PCE, bajo su dirección, la de Pasionaria y otros muchos, renunciaba formalmente al “leninismo”) son las que empapan la política de los dirigentes del PCE. Tanto es así que, incluso hoy, cuando su militancia joven comprende lo nefastos que fueron los pactos secretos con el gobierno franquista de la monarquía que desembocaron en la Constitución de 1978, el PCE, oficialmente, sigue alabando aquella dejación de las posiciones de la izquierda.
Sí, dejación era aplaudir a los grises cuando cargaban en las manifestaciones, aceptar la bandera “nacional”, la monarquía, la renuncia al derecho de autodeterminación de los pueblos…la conciliación de clases, el olvido de la memoria histórica en aras a una “reconciliación” unilateral, dejando hasta hoy los cadáveres en las cunetas, ninguna depuración de los cuerpos represivos y del ejército de la dictadura (pensemos en la UMD), los derechos intactos de la iglesia… Y, por supuesto, no sólo no se tocó el poder económico que había respaldado a Franco sino que se corrió en su ayuda con los Pactos de la Moncloa.
¡Qué poca memoria! Pero no era sólo el secretario general, fue la mayoría del Comité Central del PCE quien respaldó su pacto con Suárez en la Pascua de 1977 que supuso el abandono de ideas esenciales de la izquierda antifranquista. “En estos días, no en estos días, en estas horas puede decidirse si se va hacia la democracia o si se entra en una involución gravísima” (Don Santiago dixit). Ni un solo voto en contra en el Comité Central, sólo 11 abstenciones. Parapetados tras la bandera de los vencedores, se hicieron la foto de los vencidos, abandonaron cualquier lucha por un proceso constituyente como el que hoy piden, sin ir más lejos, los propios militantes del PCE e IU.
El mismo Carrillo diría después: “Suárez -y al fondo el Rey-, de un lado, y el PCE de otro, hemos sido artífices principales de la estabilidad del régimen democrático” (Memorias de la Transición, pg. 56)
El PCE era un gran partido, y en la Transición, después de una lucha heroica de su militancia en la dictadura, quebró la espina dorsal de sus bases, obligando a una renuncia que se aceptó por disciplina, pero que redujo las bases del partido a cenizas. Que hoy el partido comunista sea sólo un pálido reflejo de lo que era en la transición, lo debe, en gran medida a la política de la dirección encabezada por Carrillo pero que, no olvidemos, estaba compuesta por otras gentes que apoyaron lo que él representaba.
En estos momentos, una generación de jóvenes se encuadra en el PCE y busca transformar la sociedad. Quienes nos consideramos comunistas sin partido, vemos en ese esfuerzo una esperanza. Pero me permito decirles una cosa: no será volviendo la cara e ignorando la política de abandono del marxismo, de pactos con la burguesía y con la monarquía llevadas a cabo por los dirigentes del partido que encabezaba Carrillo, como encontrarán el camino. La historia, se repetiría, entonces como tragedia, ahora sólo sería una patética farsa, que comienza elevando a los altares a los responsables de una sombra de claudicación que nos cubre todavía.
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